Cartas de amor y de esperanza de un campesino aragonés a su familia en la tormenta de la guerra y del exilio - (1939-1940)
Marcelino Sanz Mateo nació el 14 de mayo de 1894, en un pueblo del bajo Aragón: Alcorisa. Hijo de Valera Mateo Bielsa y de Juan Sanz Ballester, ambos campesinos aragoneses. Aprendió las letras y la aritmética en el convento de los frailes de su pueblo. Una suerte es un pais que contaba en esos días y hasta la república 90% de analfabetas. Se casó a los 24 años con Benigna Formento Espallargas, nacida el 13 de febrero 1897, y tuvieron tres hijas: María, Juana y Alicia; y cinco varones: Sebastián, Valero, Anastasio, Lauro Daniel. Todos ellos, abuelos, padres e hijos, nacieron y vivieron en Alcorisa, antes la guerra.
Allí, Marcelino se dedica, como su padre a la tierra, a ser campesino. El 14 de abril de 1935 interesado por las ideas progresistas se inscribe en el sindicato de la C.N.T. El 15 de agosto de 1936, después de la victoria del Frente popular en España, el Ayuntamiento lo nombra delegado de agricultura y, desde entonces, se interesa más por la política. De 1935 hasta el inicio de la guerra vivió la experiencia colectivista de una comunidad rural autosuficiente que comerciaba con otras colectividades de Aragón y de Cataluña. Hombre pacífico e inocente, Marcelino que admiraba a Jesús (el primer revolucionario según él), Pasteur y Cervantes, (leía incesantemente el Quijote) creía en la bondad del hombre y su profundo deseo de desarrollarse. Por ejemplo, cuando la iglesia del pueblo fue transformada en un garaje, se opuso, sin poder evitarlo a la destrucción de las estatuas, que para él eran obras de arte, hechas por las manos de hombres de gran mérito, que tenían conocimientos y que se debia conservar. Opuesto la la barbarie, también trató de oponerse a la matanza de jóvenes seminaristas, pero sin poder evitarlo. Para esto, fue arrestado por las autoridades que controlaban la región y trasladado a la capital del condado de Alcañiz, donde fue juzgado y casi pudo ser ejecutado, pero en última instancia, bajo la presión de su esposa y los concejales fue puesto en libertad.
Pero la situación política del país empeoró y, por fin, estalló la guerra. Durante el conflicto abrió su casa a los soldados republicanos y a los combatientes de las Brigadas Internacionales que llegaban para reponerse de los combates del frente de Aragón. Uno de ellos era Juan Uceda Fernández, nacido en Cueva de Almonzona, Murcia, en agosto 1913 y chófer estafeta de un comandante del ejército republicano. Ahí se enamoró de María, la hija mayor de Marcelino que tenía 17 años. Fue Juan quien en al principio de marzo de 1938, durante la noche despertó a la familia y Sanz, y huyó con ella en su coche, dejando sólo Marcelino. Unos días después, como habían convenido al separarse, Marcelino, guiando una cabra y un macho que tiraba un carro cargado con las ropas y las cosas necesarias para seguir viviendo, se junta con los suyos en San Mateo, provincia de Castellón de la Plana.
Permaneciendo un optimista y convencido de que en poco tiempo el conflicto encontrara una solución a través de una posición internacional, Marcelino decidió ir a Valencia donde el gobierno republicano se retiró, pero al llegar en Castellón a las autoridades de Castellón le aconsejaron de huir a Cataluña. A principios de abril de 1938, y después de una caminata de 200 kilómetros con el carro, Marcelino y su familia llegan a Villafranca del Penedés, Barcelona, y se instalan en una importante cooperativa agrícola cenetista: la Peregrina, la cual, desde el principio, tiene excelentes relaciones con la cooperativa de Alcorisa. Durante la estancia de la familia Sanz, Juan Uceda Fernández aprovecha un permiso para casarse en Barcelona con María, y deja a la familia Sanz para reincorporarse a su regimiento.
A principio de enero sabiendo que los nacionalistas han conseguido cruzar el rió Ebro, ultima defensa de los republicanos contra el avance de las tropas franquistas, Marcelino carga el carro por segunda vez y, con la caravana formada por las familias de la cooperativa catalana, huye hacia Francia. Bajo el frió invernal, la familia emprende de nuevo una caminata, muy penosa, ya que la multitud de civiles y militares que quieren cruzar los Pirineos ocasiona grande atascos. Es la "retirada". Todos duermen bajo el carro o en casas abandonadas, y comen lo que encuentran en los campos sin amos. Al cabo de mas de más de 200 kilómetros, Marcelino y su familia, como tantas otras, se unen a la muchedumbre de fugitivos republicanos que se apiña en la Junquera. Pero a la inversa de la información oficial las autoridades francesas no están aun preparadas para recibir semejante cantidad de seres agotados. Por fin, la frontera se abre el 9 de febrero 1939. Marcelino, como todos los demás, tiene que abandonar su carro, el "macho y es con su su petate a hombros que cruza la frontera, andando detrás de los autobuses que llevan las mujeres, los niños y los ancianos. Los refugiados son concentrados en Le Boulou, estación termal francesa situada abajo la vertiente francesa del puerto de Le Perthus, donde los militares franceses, con la ayuda de los soldados senegaleses, separan a la fuerza a todos los hombres de las mujeres y de los niños, lo que ocasiona numerosas escenas de dolor entre las familias separadas.
Como la mayoría de los hombres, Marcelino termina su desventura en el campo de concentración de Argèles-sur-Mer,en el departamento de los Pirineos Orientales en la Cataluña francesa. Su esposa y sus siete hijos, en compañía de unas cuantas madres con niños, son alojados en un hotel requisado de Mézin, en el departamento del Lot-et-Garonne, pueblo situado a más de 300 kilómetros al oeste de Argèles-sur-Mer. Por su parte, Juan pasó la frontera con miles de soldados y civiles por el túnel que comunica Port Bou, en España, con Cerbère en Francia, y también fue trasladado al campo de Argèles-sur-Mer sin saber lo que ocurría con la familia Sanz. Al separarse de su esposa, Juan le entregó las señas de sus tíos, (emigrados naturalizados) que vivían en Francia, en Givors, cerca de Lyon. Es gracias a ellos que ambos pudieron comunicarse desde donde se encontraban y escribirse durante meses y meses. En la primera carta, Juan escribió a su esposa María:
Argèles-sur-Mer, 2 de marzo de 1939,
"Mi corazón rebosa de alegría leyendo tu esperada carta. Son cuarenta los días amargos que he pasado, no por la guerra, sino por no tener noticias tuyas No más llegar a Francia el 8 de febrero, envié un telegrama a mis tíos de Francia para saber si tenían noticia tuyas. Mi primo Miguel me contestó que no sabía nada de ti ni de tu madre, añadiendo que ya empezó a rellenar el papeleo necesario para sacarme de aquí. Así que muy pronto estaré con ellos ¡Por fin! Hace días, Miguel recibió noticias tuyas. Te contestó en seguida, pero le devolvieron la carta porque la dirección que le diste era incompleta. No tuve otro remedio que esperar otra carta tuya. Gracias al destino, la recibió y me la mandó al punto.
En ella me pides de buscar al padre (Marcelino). Pues entre la multitud del campo, el 14 de febrero topé con el marido y el hijo de la Galera. Me dijeron que estuvisteis unos días en la Junquera; que se llevaron al padre a unas fortificaciones, y después a este campo; que hacía unos cinco minutos que hablaron con él. No tardé mucho en encontrarlo. Desde el 15 estamos juntos. En este momento está lavando su ropa. Yo también voy a ocuparme de la mía, que esta hirviendo en un barreño porque está llena de unos bichitos que nos divierten mucho. Vivimos como si fuese verano en una playa, durmiendo sobre el suelo, bajo unas chozas hechas de cañas..."
Es aquí donde empieza la correspondencia entre Marcelino con su familia.